De poetas que sangran...

Escritor es el que escribe con talento para agradar. Y ese es, ciertamente, un gran talento. Saber decir lo justo de la manera justa para deleitar a miles de ojos ávidos de finísima literatura, ser capaz de recorrer correctamente los infinitos caminos de la técnica, manejar hábilmente la palabra, el ritmo y el encanto… Son cosas que ignoro. Ignoro lo que concierne a literatura, lo admito. Pero es que yo pertenezco a la poesía. Y no, la poesía para mi no es parte de la literatura. La verdadera poesía no. Escribir literatura es un talento, escribir poesía (la verdadera) es una dulce y cruel maldición.
El poeta no escribe en una hoja, sino en el aire. Recita sus pensamientos y arde en sus sentimientos a cada instante de su vida. El poeta llora palabras, vive en las palabras, sueña en ellas, se hunde y alcanza la superficie escribiendo. El poeta no escribe las palabras, las sangra. Porque la verdadera poesía es la sangre misma que se extiende fuera del cuerpo para desahogo de la herida, es el vómito del alma, es pensar y vivir en versos.
Y la maldición consiste en que no se controla, en que no hay técnica ni fórmula literaria capaces de moldear el sentimiento, ni de estructurar las palabras del alma, ni de encerrarlas en el cuerpo…
Se es poeta por instinto, por necesidad, por urgencia. Porque hay volcanes que estallan y que ahogan por dentro, porque fuera de la poesía no hay lugar habitable. Y esa es... su mayor maldición.